El rol del Gas Natural en la lucha contra el cambio climático

El rol del Gas Natural en la lucha contra el cambio climático

¿Qué rol debe jugar el gas natural en la lucha contra el cambio climático? Una pregunta que de tanto en tanto vuelve a aparecer en el debate público. Para algunos, el gas natural es clave en la transición hacia la carbono neutralidad, por sus bajas emisiones y amplia disponibilidad. Para otros, en cambio, por tratarse de un combustible fósil, debe ser abandonado tan pronto sea posible. Como en tantos otros debates, aquí tampoco resulta fácil separar la paja del trigo.

Primero, algo de contexto. El cambio climático es un fenómeno global y la contribución de Chile al problema es apenas 0,2%. Y la responsabilidad del gas natural en el total de emisiones del país es de apenas 4%. Chile debe y puede hacer su parte, pero evaluando costos y beneficios globales y locales.

Eliminar el gas de la generación eléctrica podría reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) responsables del cambio climático, pero dependerá de qué energético lo reemplace; y estaría lejos de ser a costo cero.

Si se quisiese eliminar totalmente el gas natural de la matriz, sería necesario acometer inversiones en torno a US$50.000 millones, según cálculos de connotados especialistas, y quedaría inutilizada la infraestructura de gas natural con la que el país cuenta y en la que invirtió en su momento sobre US$ 12.000 millones para desplegarla. Quienes insisten en este camino argumentan que la nueva inversión se pagaría pronto, pues la electricidad generada mediante fuentes renovables es “gratis”.

Basta un pequeño esfuerzo reflexivo para entender que el asunto no es tan simple. Para empezar, el ciclo de inversión del país hoy no exhibe sus mejores cifras. Por lo tanto, todo indica que conviene ir más lento, apuntando a la complementariedad entre distintas fuentes de generación mientras avanzamos hacia la carbono neutralidad.

La generación eléctrica con Energías Renovables Variables (ERV), con todas sus fortalezas y atributos, tiene dos grandes inconvenientes: se produce en lugares alejados a los centros de consumo (en el desierto de Atacama y en la Patagonia es donde mejores condiciones hay) y su producción es variable, pues depende de si hay sol o viento, o no. Ello exige, por ejemplo, construir largas líneas de transmisión de miles de kilómetros e invertir cuantiosas sumas para almacenar la energía.

Las ERV tampoco están exentas de desafíos sociales y ambientales; basta leer las declaraciones del gremio de empresas renovables, Acera, dando cuenta de los crecientes obstáculos que enfrentan para obtener las aprobaciones del Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental, o recordar las dificultades que ha enfrentado la construcción de líneas de transmisión de alta tensión.

Por otra parte, y en números gruesos, para reemplazar 1 MW de generación a gas se requieren entre 3 y 4 MW de generación renovable, dependiendo de si se trata de energía solar o eólica, lo que supone un despliegue de infraestructura no menor. Por ejemplo, para sustituir todo el gas por energía eólica, sería necesario disponer del orden de 20.000 MW que podrían ocupar hasta 500 mil hectáreas de terrenos para instalar las torres, algo lejos de ser trivial o “gratuito”.

¿Cómo avanzar entonces? Como lo hacen los países desarrollados, como Alemania: sobre la base de la costo-efectividad de las distintas opciones y concentrando los esfuerzos allí donde pueda obtenerse la mayor retribución. Y eso significa dejar cuanto antes de generar con carbón, responsable del 82% de las emisiones del sector eléctrico de Chile, y a la vez responsable del 31% de las emisiones del sector energía en el país.

Para lograr lo anterior, la única alternativa realista es incentivar y no eliminar el gas natural. Mientras no haya suficiente capacidad de almacenamiento, será necesario contar con centrales a gas, capaces de estabilizar el sistema durante las noches o cuando no hay viento, gracias a su operación flexible que les permite entrar y salir con eficiencia y relativa rapidez. Por eso la Unión Europea las considera vitales en la transición energética y no contempla su salida sino hasta 2050. Debemos incentivar y no eliminar el gas natural, salvo que queramos terminar en el peor de los escenarios: quemando diésel, la energía más cara y contaminante, como ya está empezando a suceder en nuestro país.

Algunas voces, con algo de oportunismo, plantean que hoy el gas tiene riesgos de suministro. Parecen desconocer que una de las decisiones público-privadas más exitosas que el país ha implementado en las últimas décadas fue construir los dos terminales de importación de GNL, en Quintero y Mejillones. Esa infraestructura, sumada a los gasoductos que nos unen con Argentina y a través de los cuales importamos gas desde hace cuatro años en cantidades crecientes y amparados en contratos que han sido respetados, es la que ha permitido un abastecimiento seguro y competitivo para el país. En GNL, Chile hoy cuenta con contratos de abastecimiento de GNL de largo plazo que ya se quisiera cualquier país, y que reducen sustantivamente los riesgos de suministro. Además, estos “riesgos” pueden estar presentes en cualquier commodity, como ha quedado en evidencia con la guerra en Ucrania, que ha afectado las cadenas logísticas de tantos otros insumos, incluidos algunos que requieren las ERV.

Los desafíos de la transición energética son enormes. Será necesario profundizar la penetración de energías renovables, aumentar las capacidades de almacenamiento y transmisión, optimizar la gestión de demanda e incorporar nuevos energéticos como el hidrógeno y sus derivados. El gas natural complementa y facilita esos desarrollos. Respondiendo a la pregunta inicial, el gas natural tiene un rol clave que cumplir en la lucha contra el cambio climático: acompañar la transición energética hacia la carbono neutralidad, por el tiempo que sea necesario para minimizar el costo de dicha transición.

Columna en La Tercera