El uso de energías limpias es una tendencia de la cual Chile no puede mantenerse ajeno, más aún en momentos en que el mundo busca combatir el cambio climático y disminuir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Hoy se ha instalado con fuerza el concepto de la “huella de carbono”, un esfuerzo por traducir el impacto de actividades y productos humanos en una cifra que permita comparar estos impactos. Parte importante de esta huella proviene de las fuentes de energía que se usan en la producción.

En este contexto, el gas natural destaca como el energético más limpio dentro de la gama de combustibles fósiles. Compuesto principalmente de metano, la mayor parte de las emisiones de la combustión del gas natural es anhídrido carbónico y vapor de agua, los mismos compuestos que exhalamos cuando respiramos.

El carbón y el petróleo se componen de moléculas mucho más complejas, con una proporción más alta de carbono y de nitrógeno, y presencia de azufre o sulfuros. Esto implica que al combustionarse generan niveles más altos de emisiones nocivas, incluyendo una gran proporción de carbono, óxidos de nitrógeno (NOx) y dióxido de azufre (SO2).

El carbón y el petróleo también expelen partículas de ceniza a la atmósfera, substancias que no son quemadas y que así contribuyen a la polución. La combustión del gas natural, en cambio, emite cantidades muy bajas de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno, virtualmente ninguna ceniza y bajos niveles de anhídrido carbónico, monóxido de carbono y otros hidrocarburos reactivos.

El gas natural es, en consecuencia, una opción limpia tanto para la producción de electricidad como para usos industriales, calefacción domiciliaria o utilización en vehículos. Esto es particularmente relevante en ciudades como Santiago, y varias del sur del país, donde las concentraciones de material particulado (PM 10 y especialmente PM 2,5) exceden constantemente los estándares ambientales establecidos, sobre todo en los meses de invierno.

No da lo mismo la forma de energía con la que nos iluminamos, calefaccionamos o transportamos. En su uso para calefacción, el gas natural emite 500 veces menos material particulado en comparación con la leña. De igual forma, el uso del GN en el transporte público disminuye drásticamente la emisión de PM y de gases contaminantes.

La incorporación del gas natural a la zona central de nuestro país, en 1997, ha generado una serie de externalidades positivas a la sociedad, las cuales derivan principalmente de los mejores estándares medioambientales por su menor nivel de emisión y, por ende, mejores condiciones de salud para la población.

La experiencia de la rápida conversión del sector industrial en 1997 desde combustibles derivados del petróleo hacia el gas natural, es un ejemplo concreto de los resultados que es posible alcanzar cuando se entregan señales y metas de reducción de emisiones claras, permitiendo que el mercado seleccione aquellas opciones tecnológicas más efectivas y eficientes para el cumplimiento de dichos objetivos.